El miedo a morir es razonable e indispensable para la supervivencia. Sin este temor ya nos habríamos extinguido hace miles de años, por esta razón nacemos con él, lo traemos marcado en nuestros genes. Cada célula lo siente, es por lo que todas se afanan en hacer su trabajo para mantener la biologia del ser que las contiene. Este ser, cada uno de nosotros, impulsado por este miedo se preserva de peligros y se procura los medios necesarios para mantener vivas a cada una de sus partículas.
El error nace de considerar que la vida y la muerte son extremos: o se está vivo o muerto, nos identificamos con nuestra biologia tangible, al creer que solo somos un cuerpo dirigido por una mente, ambos mortales.
El proceso de vida – muerte celular es contínuo desde antes de nacer. En cada momento miles de células mueren para ceder su lugar y trabajo a otras nuevas. Muy pocas logran cumplir siete años de vida de modo que a los 49 años, mas o menos, ya hemos muerto completamente unas 7 veces en lo que a nuestra dimensión material se refiere.
Este devenir de las células que conforman nuestro organismo se considera científicamente como la regeneración natural para mayor eficacia y eficiencia del complejo mecanismo corporal. Las células “muertas” pasan a recilarse mediante su descomposición para formar parte de otros organismos. Ejem: La ropa de nuestras camas ; por muy límpias que las tengamos, contienen gran número de ácaros y microorganismos esperando a que se nos desprendan células desechadas para alimentarse de ellas. Otros productos de deshechos servirán de nutrientes para la tierra…etc
En este Universo de Vida no se desaprovecha nada. Es el reciclador perfecto. Cada partícula es creada a partir de otras, cuando deja de formar parte de un cuerpo pasa a formar parte de otro, en forma de materia o en forma de energía, en un proceso sin fin inimaginable. “Nada desaparece, todo es pura transformación” es la afirmación que subyace en el enunciado de la primera Ley de la Termodinámica.
Si tenemos lo anterior en cuenta comprenderemos que en lo referente a nuestra materia, la muerte no existe. La misma palabra muerte, en su origen, no indicaba un final sino una transformación, un cambio de una situacíon o estado a otro.
El miedo lógico sería entonces al tránsito. Aunque ocurra a los 90 y tantos siempre nos parecerá demasiado pronto. El temor a lo desconocido nos hace aferrarnos a esta forma de vida por muy deteriorados que estemos, por muy mala calidad de vida que tengamos, nos resistimos. Por mucho que nos aseguren que en el otro lado descansaremos de este “valle de lágrimas” , que encontraremos a nuestros seres queridos en el paraíso, nadie se va conforme si no se es un suicida. Somos conservadores por naturaleza, un cambio tan radical es lógico, no se trata de un cambio de domicilio o de pareja…Es tan solo parecido al cambio que experimenta un feto de estar seguro dentro del vientre materno a salir violentamente a un mundo desconocido para él. Luego se aferrara a él y no querrá dejarlo por nada.
Nos aliviará perder el temor al tránsito. Que no nos duela. Practicamente todo el mundo coincide en pedir que cuando llegue la hora no dejen que suframos. El dolor físico es lo único que merece el miedo a la muerte porque es lo único que muere, osea, que cambia de estado. Igual que ante un parto, debemos procurarnos una hora corta y lo mas llevadera posible. Hoy en día la ciencia y la ética pueden ofrecernos suficientes medios y remedios para asegurarnos que, llegado el momento se hará todo lo necesario para facilitarnos un transito lo mas llevadero posible, al igual que las condiciones en las que se atiende un parto no tienen nada que ver con las que sufrían nuestros antepasados. Otra cosa son las muertes violentas, los accidentes…para evitarlas heredamos el miedo ancestral a MORIR.
Tener miedo a la Muerte sin embargo es ilogico pues se está temiendo a algo que no se da en este universo por lo menos. LA VIDA ES INMORTAL.
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